Ictus

¿Qué es?

Un ictus, o hemorragia cerebral, es un daño en una región del cerebro, de aparición repentina, causado por una alteración del flujo sanguíneo cuyos síntomas duran al menos 24 horas o provocan la muerte. El ictus es la enfermedad neurológica más común: 150 de cada 100.000 personas lo padecen cada año, y aproximadamente 1 de cada 4 lo sufrirá a lo largo de su vida. El ictus es la segunda causa de muerte en todo el mundo después del infarto agudo de miocardio, y la tercera causa de discapacidad después del infarto de miocardio y las complicaciones neonatales. El riesgo de sufrir un ictus aumenta considerablemente a partir de los 45 años (de hecho, sólo el 8% de los ictus se producen en personas menores de esa edad).

Existen dos grandes categorías de ictus: isquémico (debido a la falta de riego sanguíneo) y hemorrágico (debido a una hemorragia en un vaso cerebral). El ictus isquémico se debe a la oclusión de un vaso cerebral. Este acontecimiento puede depender bien de alteraciones de los propios vasos causadas por los mismos factores de riesgo que el infarto cardíaco (colesterol elevado, diabetes, hipertensión), bien de cuerpos llamados émbolos que se atascan en vasos de tamaño inferior al suyo (a menudo formados por sangre coagulada, por ejemplo, la que puede formarse en el corazón en casos de fibrilación auricular no sometida a tratamiento anticoagulante) o de la predisposición individual a la trombosis. Las formas hemorrágicas, en cambio, se deben en la mayoría de los casos a aumentos importantes de la presión arterial, que provocan roturas en vasos ya fragilizados por la propia hipertensión mal controlada.

¿Cuáles son los síntomas?

Las manifestaciones del ictus son muy variadas, ya que dependen de las tareas que realiza la región afectada del cerebro. Los síntomas más típicos son: debilidad en el brazo y/o la pierna de un lado del cuerpo, desviación de la boca, alteración de la producción o la comprensión de las palabras, alteración de la sensibilidad. Otras localizaciones pueden provocar un deterioro del equilibrio o alteraciones visuales. En los cuadros más graves, también puede producirse un coma.

  • debilidad en el brazo y/o la pierna de un lado   
  • desviación de la boca    
  • problemas de lenguaje   
  • defectos de sensibilidad   
  • alteraciones visuales   
  • alteraciones de equilibrio
  • coma

¿Cómo se diagnostica?

El diagnóstico del ictus comprende dos etapas.

  • Reconocer la presencia de daños cerebrales. Esto debe hacerse lo antes posible para establecer un tratamiento lo antes posible tras la aparición de los síntomas. Las herramientas de las que disponemos son: la tomografía computarizada (TC) de la cabeza, que ve muy bien las hemorragias pero puede no mostrar lesiones isquémicas muy recientes; la angiografía por TC del cuello y de los vasos intracraneales, que pone de manifiesto la posible oclusión de un gran vaso cerebral; y la resonancia magnética (RM) del cerebro, que es extremadamente sensible a las lesiones isquémicas, incluso en estadios tempranos, pero es una prueba que requiere tiempo y cooperación del paciente para su realización.
  • Identificar la causa de los daños. Esta etapa es tan variada como las posibles causas del ictus. Los vasos del cuello e intracraneales pueden estudiarse mediante ecografía o angiografía por TC/RM. Las fuentes de émbolos pueden detectarse con una ecografía del corazón. Por último, la presencia de una predisposición a la trombosis puede estudiarse con simples muestras de sangre que estudian los factores de coagulación.

¿Cómo se trata?

Es posible tratar el ictus isquémico en las primeras horas (periodo de ventana) con procedimientos que desbloquean los vasos, es decir, la trombectomía mecánica, en la que se intenta liberar físicamente el vaso desde el interior con la ayuda de un catéter introducido por vía transfemoral, o con la trombólisis, es decir, la administración de un fármaco en una vena que disuelve los trombos y los émbolos de sangre coagulada. Estos tratamientos son tanto más eficaces y seguros cuanto más temprano se realicen, y pueden conducir a una reducción de los síntomas (o incluso a su desaparición) tan pronto como se complete el procedimiento.

Las formas hemorrágicas, en cambio, suelen requerir el uso de fármacos para reducir el edema, ya que la sangre libre irrita los tejidos circundantes y provoca una acumulación de líquido. En las acumulaciones de sangre más voluminosas, puede estar indicada una intervención neuroquirúrgica para drenarlas (cirugía descompresiva).

Una vez superada la fase aguda, el papel fundamental lo desempeña la prevención. En particular, la reducción de los factores de riesgo cardiovascular y la asociación del tratamiento antitrombótico son elementos esenciales para evitar nuevos eventos (prevención secundaria). La rehabilitación, por su parte, es útil para reducir significativamente y/o prevenir el agravamiento de los trastornos que ya se han establecido (prevención terciaria), como la fisioterapia para el componente motor, o la logopedia para cualquier trastorno del habla.

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